En una de las excursiones que hemos realizado en el Grupo Kordino este año, cuando estábamos terminando la ruta y nos paramos a realizar las enésimas fotos del último paraje, una de mis acompañantes se acercó a una mata de tomillo, pasó sus manos varias veces por ella, se las olió una y otra vez, me miró sonriendo y dijo: “cuánto me gustaría disfrutar de este olor más a menudo”.
Me pidió la navaja y cortó unas ramitas (que no arrancó) y se las guardó en el bolsillo cuidadosamente guardas en un pañuelo. Cuando llegamos donde teníamos aparcados los coches, se acercó con otras personas participantes en la ruta senderista y me dijeron: “la próxima excursión nos tienes que llevar a Mariola, a oler estas maravillas”.
Recuerdo este comentario y esta excursión con mucho cariño, igual que cuando he visto disfrutar a los peques que nos acompañan viendo flamencos, zampullines y charranes en las lagunas de La Mata y las Salinas de Santa Pola. O el susto que nos metieron (y nosotros a ellos, creo yo), unos jabalíes que sorprendimos sesteando en Las Planises; ver el espectáculo de los arruis corriendo ladera abajo en el Maigmonet o las cabras en La Serrella y Bérnia.
El sureste español posee la flora espontánea más rica en plantas aromáticas de Europa, lo que ha permitido que la Comunidad Valenciana tenga una larga tradición en su uso y comercialización. En particular, la provincia de Alicante tiene el privilegio de contar con algunas de las zonas más importantes en cuanto a botánica se refiere.
Por ello, las zonas naturales alicantinas, son receptoras de una importante población faunística, no sólo en las sierras sino también en su franja costera y en sus humedales, tal vez de los más importantes del continente europeo: cualquier ornitólogo o ecólogo querría tener en su país el triángulo mágico de los humedales del sur de Alicante: El Hondo-Salinas de Santa Pola-Lagunas de La Mata y Torrevieja.